“Esta guerra ‘limpia’ constituyó la prolongación de aquella otra guerra ‘sucia’ que la requirió” (León Rozitchner,
Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia. Biblioteca Política Argentina. CEAL.1985)
A propósito de la reedición de los Pichiciegos
El negocio Malvinas
Por Daniela Spósito. Una de las noticias editoriales más importantes del año que pasó fue la reedición de Los Pichiciegos, Visiones de una batalla subterránea, de Rodolfo Fogwill, esta vez por editorial Interzona. Los Pichiciegos (o los “pichis”) son un grupo de argentinos desertores que pasaron la guerra de Malvinas metidos en una cueva subterránea. A estos seres frágiles y carenciados, reducidos a un estatus casi animal, lo único que los une es su necesidad de sobrevivir, a toda costa. Desde ese lugar donde lo humano se ha bestializado, intentan satisfacer sus cuestiones vitales básicas apelando a una moral del cálculo. Sin valores, sin historia, sin posibilidad de plantearse proyectos hacia el futuro, podría decirse que los pichis son “algo menos que humanos”[1]. Saben que Malvinas es una lucha que no les pertenece. El afán puro de supervivencia los convierte en comerciantes que, desde una lógica pragmática, todo lo reducen a una mercancía. Todo es negociable para los pichis. Incluso, llegan a hacer negocios con los ingleses cuando, por ejemplo, se les acaban las pilas. No se trata, entonces, de una lucha por una frontera. Mucho menos por unos ideales. Estamos ante guerra por la vida en su estado más animal, la nuda vida. Y en esa lucha, es preciso estar del lado de los que permiten asegurarla, a cualquier costo. Los pichis pueden ser leídos, según el mismo Fogwill, “como una alegoría del sistema cultural argentino. Las acomodaciones, los intercambios, los cambios de camiseta, la sumisión a un poder autogenerado”[2], los amiguismos.
En uno de los tramos más interesantes de la novela se ve cómo los oficiales argentinos y los ingleses confraternizan. En sus conversaciones, los pichis aseguran que “los que mandan”, sean ingleses o argentinos, hablan distinto pero no son diferentes: “son como iguales, se tratan como iguales, toman el té juntos”. Aquí hay una clave para pensar la guerra por fuera de la típica dicotomía futbolera: argentinos versus ingleses. La guerra es un negocio entre clases dominantes que hacen sus alianzas más allá de las banderas o las mitologías nacionales. Y uno de los botines de este negocio fruto de alianzas entre empresarios, políticos y hombres de armas es la memoria –desde la que se construye la identidad nacional- que, como dice Fogwill en otro de los tramos de la novela, siempre depende de los que mandan.
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[1] Categoría acuñada por Judit Butler en Vida precaria, El poder del duelo y la Violencia. Paidós. 2006.
[2]25/3/06. Clarín. “Fogwill, en pose de combate”. Entrevista a Fogwill por Martín Kohan,
A propósito de la reedición de los Pichiciegos
El negocio Malvinas
Por Daniela Spósito. Una de las noticias editoriales más importantes del año que pasó fue la reedición de Los Pichiciegos, Visiones de una batalla subterránea, de Rodolfo Fogwill, esta vez por editorial Interzona. Los Pichiciegos (o los “pichis”) son un grupo de argentinos desertores que pasaron la guerra de Malvinas metidos en una cueva subterránea. A estos seres frágiles y carenciados, reducidos a un estatus casi animal, lo único que los une es su necesidad de sobrevivir, a toda costa. Desde ese lugar donde lo humano se ha bestializado, intentan satisfacer sus cuestiones vitales básicas apelando a una moral del cálculo. Sin valores, sin historia, sin posibilidad de plantearse proyectos hacia el futuro, podría decirse que los pichis son “algo menos que humanos”[1]. Saben que Malvinas es una lucha que no les pertenece. El afán puro de supervivencia los convierte en comerciantes que, desde una lógica pragmática, todo lo reducen a una mercancía. Todo es negociable para los pichis. Incluso, llegan a hacer negocios con los ingleses cuando, por ejemplo, se les acaban las pilas. No se trata, entonces, de una lucha por una frontera. Mucho menos por unos ideales. Estamos ante guerra por la vida en su estado más animal, la nuda vida. Y en esa lucha, es preciso estar del lado de los que permiten asegurarla, a cualquier costo. Los pichis pueden ser leídos, según el mismo Fogwill, “como una alegoría del sistema cultural argentino. Las acomodaciones, los intercambios, los cambios de camiseta, la sumisión a un poder autogenerado”[2], los amiguismos.
En uno de los tramos más interesantes de la novela se ve cómo los oficiales argentinos y los ingleses confraternizan. En sus conversaciones, los pichis aseguran que “los que mandan”, sean ingleses o argentinos, hablan distinto pero no son diferentes: “son como iguales, se tratan como iguales, toman el té juntos”. Aquí hay una clave para pensar la guerra por fuera de la típica dicotomía futbolera: argentinos versus ingleses. La guerra es un negocio entre clases dominantes que hacen sus alianzas más allá de las banderas o las mitologías nacionales. Y uno de los botines de este negocio fruto de alianzas entre empresarios, políticos y hombres de armas es la memoria –desde la que se construye la identidad nacional- que, como dice Fogwill en otro de los tramos de la novela, siempre depende de los que mandan.
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[1] Categoría acuñada por Judit Butler en Vida precaria, El poder del duelo y la Violencia. Paidós. 2006.
[2]25/3/06. Clarín. “Fogwill, en pose de combate”. Entrevista a Fogwill por Martín Kohan,
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