SUPLEMENTO TEMAS - La Voz del Interior
NOTA SOBRE PEDRO ZANNI
VOLANTA
La hazaña de Pedro Zanni y Felipe Beltrame
TITULO
Dos tipos audaces
Por Daniela Spósito
SUMARIO
Corría julio de 1924. Los aviadores argentinos Pedro Zanni y Felipe Beltrame decidieron poner en marcha el mayor anhelo de sus vidas: dar la vuelta al mundo en avión, un Fokker monomotor de 450 HP llamado “Ciudad de Buenos Aires”. La nave decoló de Amsterdam dispuesta a realizar con éxito la asombrosa hazaña. Pero dos accidentes frustrarían la gran ilusión.
Aquellos eran tiempos en que la naturaleza ya había dejado de considerarse una fuerza autónoma y omnipotente para pasar a ser vista como algo contra lo que los hombres podían luchar para conquistar fines prácticos.
Pero, igual que el personaje del capitán Ahab en Moby Dick, Pedro Zanni y Felipe Beltrame -buscadores aéreos de la “Ballena Blanca”-, no pudieron jamás alcanzar su objetivo: vencer absolutamente las inclemencias climáticas y las limitaciones de la técnica para rodear con su pequeña nave aérea el planeta tierra. Sin embargo, su intento no dudó de ser calificado como heroico. Zanni y Beltrame ocupan hoy, en el mundo, uno de los primeros lugares en materia aeronáutica de la época. El reconocimiento otorgado a ambos aviadores puede encontrarse en el recuerdo de los más memoriosos y en periódicos de la época. Recientemente, uno de los nietos de Beltrame, Alejandro Gullo, ha rescatado esta historia en su libro La gran aventura de Pedro Zanni y Felipe Beltrame.
A setenta y cinco años de aquel periplo, Gullo realiza una minuciosa crónica de una de las más apasionantes de las anécdotas aeronáuticas que se hayan registrado jamás en la Argentina.
La búsqueda de lo absoluto
La lucha titánica entre la voluntad de estos dos hombres y las fuerzas espontáneas de la naturaleza perseguía el sueño que muchos años atrás había tenido aquel visionario llamado Julio Verne. Separados en el tiempo y, también, por los débiles hilos que dividen la realidad de la ficción, los dos aviadores argentinos compartieron con Verne la obsesión por encontrar, en sus increíbles viajes, un algo absoluto e inquietante.
Otro visionario como Da Vinci, quizás pueda haber sentido este mismo sabor de la indagación en los ámbitos de lo que, hasta su época, permanecían como el territorio de lo imposible.
En la misma época en que Cristobal Colón desembarcaba con sus carabelas en territorio americano -más de quinientos años atrás-, el gran Leonardo se encerraba en su estudio abocado al misterio del vuelo humano. ¿Podría el hombre -capaz de cruzar mares en unas naves de madera y mástiles-, llegar, algún día, a surcar los cielos?
A Da Vinci se le deben los primeros estudios sobre aeronaves y paracaídas. Pero sería necesario esperar aún 300 años para que los hombres pudieran despegar la tierra a bordo de los primeros globos libres. Cien años más tarde, el francés Clément Ader inventaba una frágil máquina voladora que se llamaría avión. Así fue como comenzó la odisea por la conquista de los cielos.
La conquista que no fue
El libro de Gullo se inscribe en las memorias de viajeros. Se trata del relato de las aventuras aéreas de Zanni y Beltrame, quienes llegaron a navegar -a pesar de todos los problemas que atravesaron- 19.000 kilómetros por sobre Europa y Asia.
Con el apoyo monetario de múltiples colectas realizadas en todo el país, los aviadores abandonaron tierra firme en Amsterdam, con el propósito de dar la vuelta al mundo. Sobrevolaron algunos lugares conocidos; otros, de nombres ignotos, parecían sacados de los cuentos de Las mil y una noches. Amsterdam; París; Lion; Roma; Salónica; Aleppo; Basora; Bender Abbas; Karachi; Cawmpore; Allabad; Isri; Calcuta; Rangun; Bangkok; Vinh; Hanoi. Ciudades que proponían a los viajeros, los más temibles obstáculos: fuertes lluvias y tormentas, estaciones radiotelegráficas que debían ser esquivadas, nubes de arena y polvo, fuertes calores, vientos Monzones, pantanos, la ruptura de la hélice y de la cámara de una de las ruedas... Estas fueron sólo algunas de las pruebas que se pusieron delante del camino de este par de audaces.
En una de las paradas, debieron cambiar de avión y prosiguieron viaje en el “Provincia de Buenos Aires”, acondicionado como hidroavión.
Luego vinieron Hong Kong; Foochow; Shangai; el Mar Amarillo; Kagoshima; Kushimoto; Kasumigaura; Osaka... Allí los esperarían otras increíbles aventuras. Tuvieron que hacer frente a la ruptura de un tanque de nafta y, en un momento, tuvieron la necesidad de un acuatizaje forzoso. También sobrevolaron una guerra civil, por la que tuvieron que pasar munidos de una bandera neutral.
A Tokio, destino que marcó, fatalmente, el final del viaje, llegaron en mayo del ’25. No pudieron atravesar el Pacífico Norte que los llevaría a Norteamérica. Una ola embistió contra el avión, que comenzó a hundirse. Este accidente destruyó al “Provincia de Buenos Aires”. Una lancha pudo rescatar con vida a los aviadores. El catastrófico evento marcó el final del sueño.
La gran aventura
El material de La Gran Aventura está sostenido por un importante caudal de documentos verídicos, que permiten recrear la atmósfera imperante en una época de exploraciones geográficas y científicas abiertas a lo incierto.
La travesía de Zanni y Beltrane muestra el entusiasmo de dos hombres lanzados a conquistar el espacio aéreo; entusiasmo que se ve convertido, a veces, en una aceptación de los límites que la realidad impone. La catástrofe generada por la ola marcó el final del viaje: habían recorrido menos de la mitad del camino previsto.
La narración de Gullo, rescata, a pesar de los resultados fallidos de la aventura, un perfil heroico de los aviadores. Dice Gullo, en su intento de salvar la hazaña de Zanni y Beltrame de su inscripción en la lista de los fracasos nacionales: “fue necesario abandonar definitivamente el vuelo alrededor del mundo, la aventura había terminado, y truncada la ilusión de lo que pudo ser la máxima conquista argentina, quedando como raid Amsterdam-Tokio. No obstante, quedó la satisfacción de poder decir que, aunque el vuelo no había sido totalmente cumplido, dejó un saldo favorable para el país (...)”.
Nada satisfacía más a estos dos hombres, que el llegar a dibujar, con la estela de su nave, el diámetro completo de la tierra. La idea abrumadora de alcanzar lo imposible seguirá impulsando, seguramente, los afanes de los aventureros del presente. Quizás haya que preguntarse, como lo hiciera Herman Melville en su relato sobre la Ballena Blanca, si lo que mueve a ciertos hombres a ir cada vez más lejos, sin cesar, no tendrá que ver, además de con los desafíos del mundo exterior, con las necesidades humanas más íntimas ligadas a la búsqueda de lo absoluto, aquella errante blancura incomprensible de la Gran Ballena -entre demoníaca y divina- que mora en algún lugar del corazón de los audaces. Aquello misterioso y subyugante que habita, como lo atisbaron Zanni y Beltrame, en ese cielo sin límites.
140 l.
NOTA SOBRE PEDRO ZANNI
VOLANTA
La hazaña de Pedro Zanni y Felipe Beltrame
TITULO
Dos tipos audaces
Por Daniela Spósito
SUMARIO
Corría julio de 1924. Los aviadores argentinos Pedro Zanni y Felipe Beltrame decidieron poner en marcha el mayor anhelo de sus vidas: dar la vuelta al mundo en avión, un Fokker monomotor de 450 HP llamado “Ciudad de Buenos Aires”. La nave decoló de Amsterdam dispuesta a realizar con éxito la asombrosa hazaña. Pero dos accidentes frustrarían la gran ilusión.
Aquellos eran tiempos en que la naturaleza ya había dejado de considerarse una fuerza autónoma y omnipotente para pasar a ser vista como algo contra lo que los hombres podían luchar para conquistar fines prácticos.
Pero, igual que el personaje del capitán Ahab en Moby Dick, Pedro Zanni y Felipe Beltrame -buscadores aéreos de la “Ballena Blanca”-, no pudieron jamás alcanzar su objetivo: vencer absolutamente las inclemencias climáticas y las limitaciones de la técnica para rodear con su pequeña nave aérea el planeta tierra. Sin embargo, su intento no dudó de ser calificado como heroico. Zanni y Beltrame ocupan hoy, en el mundo, uno de los primeros lugares en materia aeronáutica de la época. El reconocimiento otorgado a ambos aviadores puede encontrarse en el recuerdo de los más memoriosos y en periódicos de la época. Recientemente, uno de los nietos de Beltrame, Alejandro Gullo, ha rescatado esta historia en su libro La gran aventura de Pedro Zanni y Felipe Beltrame.
A setenta y cinco años de aquel periplo, Gullo realiza una minuciosa crónica de una de las más apasionantes de las anécdotas aeronáuticas que se hayan registrado jamás en la Argentina.
La búsqueda de lo absoluto
La lucha titánica entre la voluntad de estos dos hombres y las fuerzas espontáneas de la naturaleza perseguía el sueño que muchos años atrás había tenido aquel visionario llamado Julio Verne. Separados en el tiempo y, también, por los débiles hilos que dividen la realidad de la ficción, los dos aviadores argentinos compartieron con Verne la obsesión por encontrar, en sus increíbles viajes, un algo absoluto e inquietante.
Otro visionario como Da Vinci, quizás pueda haber sentido este mismo sabor de la indagación en los ámbitos de lo que, hasta su época, permanecían como el territorio de lo imposible.
En la misma época en que Cristobal Colón desembarcaba con sus carabelas en territorio americano -más de quinientos años atrás-, el gran Leonardo se encerraba en su estudio abocado al misterio del vuelo humano. ¿Podría el hombre -capaz de cruzar mares en unas naves de madera y mástiles-, llegar, algún día, a surcar los cielos?
A Da Vinci se le deben los primeros estudios sobre aeronaves y paracaídas. Pero sería necesario esperar aún 300 años para que los hombres pudieran despegar la tierra a bordo de los primeros globos libres. Cien años más tarde, el francés Clément Ader inventaba una frágil máquina voladora que se llamaría avión. Así fue como comenzó la odisea por la conquista de los cielos.
La conquista que no fue
El libro de Gullo se inscribe en las memorias de viajeros. Se trata del relato de las aventuras aéreas de Zanni y Beltrame, quienes llegaron a navegar -a pesar de todos los problemas que atravesaron- 19.000 kilómetros por sobre Europa y Asia.
Con el apoyo monetario de múltiples colectas realizadas en todo el país, los aviadores abandonaron tierra firme en Amsterdam, con el propósito de dar la vuelta al mundo. Sobrevolaron algunos lugares conocidos; otros, de nombres ignotos, parecían sacados de los cuentos de Las mil y una noches. Amsterdam; París; Lion; Roma; Salónica; Aleppo; Basora; Bender Abbas; Karachi; Cawmpore; Allabad; Isri; Calcuta; Rangun; Bangkok; Vinh; Hanoi. Ciudades que proponían a los viajeros, los más temibles obstáculos: fuertes lluvias y tormentas, estaciones radiotelegráficas que debían ser esquivadas, nubes de arena y polvo, fuertes calores, vientos Monzones, pantanos, la ruptura de la hélice y de la cámara de una de las ruedas... Estas fueron sólo algunas de las pruebas que se pusieron delante del camino de este par de audaces.
En una de las paradas, debieron cambiar de avión y prosiguieron viaje en el “Provincia de Buenos Aires”, acondicionado como hidroavión.
Luego vinieron Hong Kong; Foochow; Shangai; el Mar Amarillo; Kagoshima; Kushimoto; Kasumigaura; Osaka... Allí los esperarían otras increíbles aventuras. Tuvieron que hacer frente a la ruptura de un tanque de nafta y, en un momento, tuvieron la necesidad de un acuatizaje forzoso. También sobrevolaron una guerra civil, por la que tuvieron que pasar munidos de una bandera neutral.
A Tokio, destino que marcó, fatalmente, el final del viaje, llegaron en mayo del ’25. No pudieron atravesar el Pacífico Norte que los llevaría a Norteamérica. Una ola embistió contra el avión, que comenzó a hundirse. Este accidente destruyó al “Provincia de Buenos Aires”. Una lancha pudo rescatar con vida a los aviadores. El catastrófico evento marcó el final del sueño.
La gran aventura
El material de La Gran Aventura está sostenido por un importante caudal de documentos verídicos, que permiten recrear la atmósfera imperante en una época de exploraciones geográficas y científicas abiertas a lo incierto.
La travesía de Zanni y Beltrane muestra el entusiasmo de dos hombres lanzados a conquistar el espacio aéreo; entusiasmo que se ve convertido, a veces, en una aceptación de los límites que la realidad impone. La catástrofe generada por la ola marcó el final del viaje: habían recorrido menos de la mitad del camino previsto.
La narración de Gullo, rescata, a pesar de los resultados fallidos de la aventura, un perfil heroico de los aviadores. Dice Gullo, en su intento de salvar la hazaña de Zanni y Beltrame de su inscripción en la lista de los fracasos nacionales: “fue necesario abandonar definitivamente el vuelo alrededor del mundo, la aventura había terminado, y truncada la ilusión de lo que pudo ser la máxima conquista argentina, quedando como raid Amsterdam-Tokio. No obstante, quedó la satisfacción de poder decir que, aunque el vuelo no había sido totalmente cumplido, dejó un saldo favorable para el país (...)”.
Nada satisfacía más a estos dos hombres, que el llegar a dibujar, con la estela de su nave, el diámetro completo de la tierra. La idea abrumadora de alcanzar lo imposible seguirá impulsando, seguramente, los afanes de los aventureros del presente. Quizás haya que preguntarse, como lo hiciera Herman Melville en su relato sobre la Ballena Blanca, si lo que mueve a ciertos hombres a ir cada vez más lejos, sin cesar, no tendrá que ver, además de con los desafíos del mundo exterior, con las necesidades humanas más íntimas ligadas a la búsqueda de lo absoluto, aquella errante blancura incomprensible de la Gran Ballena -entre demoníaca y divina- que mora en algún lugar del corazón de los audaces. Aquello misterioso y subyugante que habita, como lo atisbaron Zanni y Beltrame, en ese cielo sin límites.
140 l.
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