Suplemento Temas – La Voz del Interior
Acerca de los programas-tribunal
La tevé y las formas jurídicas
Daniela Spósito
A medida que la confianza en el Poder Judicial se resquebraja al ritmo de la crisis de legitimidad que aqueja a las instituciones democráticas, los programas-tribunal, investidos por formas jurídicas, se erigen hoy como unas de las más eficaces máquinas productoras de efectos de verdad y garantizadoras de control.
Se define como programas-tribunal, aquellos espacios televisivos en los cuales se utiliza la indagación para llegar a autentificar una determinada verdad, a la vez que se establecen reglas de enjuiciamiento capaces de mostrar los conflictos que obstaculizan la vida colectiva. Programas que definen, enjuician y sancionan periodísticamente las reglas y delitos, y anuncian que este proceder garantiza la reapropiación de la justicia por parte de la sociedad civil.
Las formas jurídicas se sirven coyunturalmente de la eficacia de las formas parainstitucionales massmediáticas y, articulándose con las mismas, continúan asegurando determinados efectos hegemónicos de poder y saber, legitimando una determinada distribución de fuerzas dentro del campo de las relaciones sociales.
Estas prácticas mediático-jurídicas hacen aparecer, en lo denotado de su discurso, el derecho democrático de hablar y de estar informados “objetiva y ecuánimemente” sobre todo lo que pasa. Prometen “las dos caras de la verdad” y requieren de los espectadores que mantengan las buenas maneras del diálogo : colaborar antes que confrontar.
Control no tan remoto
Gracias a su eficacia en cuanto a la producción de efectos de verdad, la tevé, investida por el fenómeno jurídico (y también el pedagógico), se constituye como instrumento privilegiado en el actual proceso de reorientación instrumental, definida, en parte, por un achicamiento del gasto público, disminución de la participación ciudadana, descreímiento de las instituciones representativas, crisis de legitimidad de las formas políticas tradicionales, difusión, investigación y definición televisiva de las conductas corruptas de los funcionarios.
En tiempos de transición de una sociedad disciplinaria a una de control (G. Deleuze), nos encontramos con que las disciplinas ejercidas en lugares cerrados, como tribunales y escuelas, ceden el paso a mecánicas de control ejercidas en espacios abiertos : “el aire” televisivo no encuentra fronteras. Pero la voluntad controladora no ha cedido. Simplemente se trata de un cambio de régimen (tal como ha cambiado el régimen político, en las últimas décadas, en la mayoría de los países latinoamericanos : de dictaduras a gobiernos democráticos, aunque la hegemonía neoliberal-conservadora mantenga su identidad).
El control ejercido a través de determinado uso de la televisión, antes que a una democratización de la distribución de fuerzas, implica un nuevo régimen de dominación.
¿De qué manera la eficacia de estas prácticas es usada para mantener la vigencia de un cierto estado de cosas, buscando eficientizar costos ? ¿Cómo este discurso intenta regular los antagonismos sociales y naturalizar el derecho establecido, a la vez que neutralizar diferencias, y de esta manera, hacer aceptable un poder evitando las posibilidades que permitirían pensarlo como intolerable?
Juicios sumarísimos
“La Justicia en este país es adicta al poder y es lenta. En cambio, nosotros, (los periodistas televisivos), hacemos juicios rápidos. Sumarísimos. El acusado queda absuelto o condenado en el momento. Si se compite con la Justicia, pierde la Justicia”, opinaba el periodista Samuel Gelbung en un programa que giró sobre la credibilidad de la tevé.
Tal como lo señala la investigadora en discurso político y géneros discursivos massmediáticos, Leonor Arfuch, la política ha devenido “género massmediático” y “la pantalla se ha constituido en espacio público por excelencia”, en el cual los valores colectivos son custodiados por los conductores erigidos como árbitros garantes de la igualdad.
Así como los ciudadanos estamos atravesados por el orden jurídico desde el nacimiento (somos dados de alta en esta sociedad a través de nuestra inscripción en el Registro Civil), se recibe el alta por segunda vez, superando el estado de ignotos, en otro nacimiento : la ceremonia de aparecer en la pantalla chica, cuyo poder ontologizante otorga -en un medio altamente anómico- un fuerte efecto de pertenencia.
La censura invisible
Pareciera que frente a las “democráticas” cámaras de tevé, todos tuviéramos derecho a “decirlo todo” y toda la verdad pudiera ser allí mostrada, develada.
El periodista Jorge Halperín reconoce que “los medios presionan, amplían la visibilidad de ciertas cosas, pero más allá no pueden ir. Hay otros factores de presión. El periodismo no es un ente aislado que opera solo. Hay un circuito de poder”.
Eso mismo es lo que sostiene el sociólogo Pierre Bourdieu cuando en su libro “Sobre la televisión” se refiere a la “censura invisible” que ejercen la política, la economía, la competencia con los otros programas y los índices de audiencia. Censuras que hacen de la tevé, a través de su eficaz producción de efectos de realidad, un instrumento privilegiado de control simbólico.
“Nuestro actual sistema democrático prevé instancias de control para el Poder Judicial. Pero, a los medios, ¿quién los controla ?, se pregunta el sociólogo Horacio González, quien observa que “queda el interrogante sobre los monopolios comunicacionales y su propia constitución de hecho como un nuevo poder jurídico no controlado por nadie”.
En la revista No hay derecho, Martín Abregú considera la propia justicia mediática como un código propio de procedimeintos, en el cual reglas y delitos son definidos, enjuiciados y sancionados periodísticamente : una reapropiación de la justicia por parte de la sociedad civil, según Abregú, una la justicia mediática para la cual no hay cárcel, reformatorio, multas. Sólo hay un tipo especial de sentencia y de castigo que consiste en definir el acto ilícito.
Pero el discurso acerca de la reapropiación de la justicia por parte de la sociedad civil a través de las prácticas mediático-jurídicas, parece no implicar,de manera mecánica, efectos más justos. Puede significar, por lo contrario, efectos antidemocráticos de apropiación-mantención de determinadas verdades. Cambian los instrumentos formales, en relación a la dominación que emana del Poder Judicial, pero se mantienen los fines y algunas técnicas tomadas, a su vez, de otras formas, como la la presentación de los testigos y la indagación.
“Diga la verdad”
El poder de la indagación mediática se constituye, como dice Milan Kundera recordando el caso Nixon, en “un poder no basado en las armas sino en la nueva fuerza de la pregunta”. En las pantallas vemos aparecer acusaciones sin una base firme, legos dando sentencia, ocupando el lugar de un Estado que ha ido perdiendo visibilidad en los conflictos sociales. La tevé emerge, entonces, como reguladora privilegiada de antagonismos sociales y lugar de proferencia de la verdad (que suele ser puesta en boca de los “expertos”).
El actual ágora electrónica evoca, en los programa-tribunal, aquel mesón común de la democracia griega, alrededor del cual se ubicaban los hombres en posición equidistante a los bienes comunes, colocados éstos en un sitio central. En las Asambleas de aquellas democracias, el centro era el lugar común, lugar sometido a las miradas de todos. La institución del mesón requería que lo allí conversado fuese dado a publicidad.
Las palabras pronunciadas por tevé pretenden ser del mismo tipo : concernientes a intereses comunes.
Las analogías con el mesón son por demás seductoras. Pero el hecho de que la televisión invite a estar informados de todo, a verlo todo con los propios ojos (ser testigos) de manera inmediata, y a compartir un lenguaje que se quiere “universal”, su sola presencia no implica directamente que el televidente tenga voz y voto a la hora de decidir sobre los intereses que le incumben como ciudadano. Tecnopolítica en la cual los ciudadanos, como notaba ya en los ’60 Guy Debord en “La sociedad del espectáculo”, son espectadores de un teatro político en que los entrevistadores suelen ser los representantes, intermediarios, traductores entre la clase política y los intereses públicos.
Teatro político
A diferencia del modelo del mesón, los participantes de los programas-tribunal no suelen gozar de equidistancia con respecto al centro (conductor). A través de una estudiada escenografía se dramatiza un poder que define las asimetrías y jerarquías. El lugar del centro será ocupado por quien, pese a sus intenciones de ecuanimidad, tendrá la última palabra y dictaminará en consecuencia. Se produce un fenómeno análogo al ritual jurídico. Dice la especialista en derecho Esther Kaufmann con respecto a éste último, que allí “se constituye un ámbito donde se operan mecanismos de resignificación de las identidades sociales y políticas”. Así en el estrado como en la tevé.
¿Qué efectos conlleva este modelo de representación cuasi-teatral que comparten los instituciones representativas modernas y la televisión?
El politólogo Eduardo Rinesi contesta este interrogante evocando a Rousseau, para quien el teatro era “la perfecta metáfora del modelo político de una democracia liberal, representativa, que retacea a sus ciudadanos el derecho a la deliberación y a la participación activa en la gestión de sus asuntos comunes (en la ‘escena’ -como se diría más tarde- de lo ‘público’)”. Opinaba Rousseau acerca del teatro que éste “constituye la forma más perversa, opaca y mediata de relación y de comunicación entre los hombres. Reunidos pero insanablemente solitarios, juntos pero penosamente aislados en la oscura soledad de sus butacas, los espectadores del teatro representacionalista moderno no encuentran entre ellos otro lazo que su común mirada sobre un centro que sólo los hermana en su pareja condición de receptores pasivos”.
La guerra o la paz
Todo diálogo mediático, entonces, por más transparente y universal que se quiera, partirá siempre, irremediablemente, de una asimetría esencial.
Los juegos dialógicos con pretensión democrática que aparecen en los programas-tribunal se apoyan en una metadecisión que ha establecido, a priori, los límites discursivos. Sostiene M. Foucault que “quien dice tribunal, dice que la lucha entre las fuerzas presentes está, de buen grado o por fuerza, suspendida ; que en cualquier caso, la decisión tomada no será el resultado de este combate, sino la intervención de un poder que será, para unos tanto como para los otros, extraño, superior ; que este poder está en posición de neutralidad entre ambas partes y que puede, en consecuencia, que en todo caso debería saber, en la causa, de qué lado está la justicia. El tribunal implica, además, que existen categorías comunes a ambas partes en litigio y que las partes eligen someterse a ellas”.¿Podrá seguir hablándose, pues, de paz discursiva ?
El conductor que, en vez de tomar explícitamente posición y proclamar su subjetividad, se declara neutral, asume el papel de juez que dictamina verdad acerca de los discursos sociales. En este sentido, el programa-tribunal emerge como un mecanismo privilegiado de control público -que ingresa hasta en lo más íntimo de los reductos de lo privado- por su alta eficacia a la hora de producir sentido y construir un orden, a través de una previa selección de las reglas de juego del diálogo, de las problematizaciones e invitados.
Puesta en escena
Los programas-tribunal son sometidos a los límites establecidos por su propia lógica y por los intereses de la producción. La escenografía suele estar compuesta de acuerdo a una meditada construcción de un espacio que, por lo general, tiene reminiscencias de cátedra o de tribunal. El tiempo siempre tiraniza con su demanda de celeridad, fenómeno que ha traído como consecuencia la aparición de lo que Bourdieu ha dado en llamar los “fast-thinkers”, quienes “piensan más rápido que su propia sombra”.
La gente, ubicada en tribunas, expone sus problemas pero difícilmente tenga adjudicado el tiempo necesario para una reflexión después de haber desplegado verbalmente el asunto que les aqueja. En este sentido, adolece de condiciones de posibilidad para una crítica medianamente procesada.
Los discursos de las tribunas suelen ser más emotivos que reflexivos. Emotividad que genera, por cierto, efectos de verosimilitud, pero ésta queda desacreditada, luego, frente al discurso más “desapasionado” y “racional” de los “expertos”.
Una marcación deliberada de las problematizaciones y sus límites, una jerarquización de los saberes expertos por sobre los de la “gente” (los expertos suelen estar ubicados más cerca del conductor que la gente, tienen más tiempo para sus reflexiones, mayores posiblidades de replicar y generalmente, junto al conductor, dan la última palabra), es rematada por una cuidada estrategia discursiva que, a través de dar al otro, al adversario, la palabra, se pretende objetiva, aunque la conclusión esté determinada de antemano.
Acerca de los programas-tribunal
La tevé y las formas jurídicas
Daniela Spósito
A medida que la confianza en el Poder Judicial se resquebraja al ritmo de la crisis de legitimidad que aqueja a las instituciones democráticas, los programas-tribunal, investidos por formas jurídicas, se erigen hoy como unas de las más eficaces máquinas productoras de efectos de verdad y garantizadoras de control.
Se define como programas-tribunal, aquellos espacios televisivos en los cuales se utiliza la indagación para llegar a autentificar una determinada verdad, a la vez que se establecen reglas de enjuiciamiento capaces de mostrar los conflictos que obstaculizan la vida colectiva. Programas que definen, enjuician y sancionan periodísticamente las reglas y delitos, y anuncian que este proceder garantiza la reapropiación de la justicia por parte de la sociedad civil.
Las formas jurídicas se sirven coyunturalmente de la eficacia de las formas parainstitucionales massmediáticas y, articulándose con las mismas, continúan asegurando determinados efectos hegemónicos de poder y saber, legitimando una determinada distribución de fuerzas dentro del campo de las relaciones sociales.
Estas prácticas mediático-jurídicas hacen aparecer, en lo denotado de su discurso, el derecho democrático de hablar y de estar informados “objetiva y ecuánimemente” sobre todo lo que pasa. Prometen “las dos caras de la verdad” y requieren de los espectadores que mantengan las buenas maneras del diálogo : colaborar antes que confrontar.
Control no tan remoto
Gracias a su eficacia en cuanto a la producción de efectos de verdad, la tevé, investida por el fenómeno jurídico (y también el pedagógico), se constituye como instrumento privilegiado en el actual proceso de reorientación instrumental, definida, en parte, por un achicamiento del gasto público, disminución de la participación ciudadana, descreímiento de las instituciones representativas, crisis de legitimidad de las formas políticas tradicionales, difusión, investigación y definición televisiva de las conductas corruptas de los funcionarios.
En tiempos de transición de una sociedad disciplinaria a una de control (G. Deleuze), nos encontramos con que las disciplinas ejercidas en lugares cerrados, como tribunales y escuelas, ceden el paso a mecánicas de control ejercidas en espacios abiertos : “el aire” televisivo no encuentra fronteras. Pero la voluntad controladora no ha cedido. Simplemente se trata de un cambio de régimen (tal como ha cambiado el régimen político, en las últimas décadas, en la mayoría de los países latinoamericanos : de dictaduras a gobiernos democráticos, aunque la hegemonía neoliberal-conservadora mantenga su identidad).
El control ejercido a través de determinado uso de la televisión, antes que a una democratización de la distribución de fuerzas, implica un nuevo régimen de dominación.
¿De qué manera la eficacia de estas prácticas es usada para mantener la vigencia de un cierto estado de cosas, buscando eficientizar costos ? ¿Cómo este discurso intenta regular los antagonismos sociales y naturalizar el derecho establecido, a la vez que neutralizar diferencias, y de esta manera, hacer aceptable un poder evitando las posibilidades que permitirían pensarlo como intolerable?
Juicios sumarísimos
“La Justicia en este país es adicta al poder y es lenta. En cambio, nosotros, (los periodistas televisivos), hacemos juicios rápidos. Sumarísimos. El acusado queda absuelto o condenado en el momento. Si se compite con la Justicia, pierde la Justicia”, opinaba el periodista Samuel Gelbung en un programa que giró sobre la credibilidad de la tevé.
Tal como lo señala la investigadora en discurso político y géneros discursivos massmediáticos, Leonor Arfuch, la política ha devenido “género massmediático” y “la pantalla se ha constituido en espacio público por excelencia”, en el cual los valores colectivos son custodiados por los conductores erigidos como árbitros garantes de la igualdad.
Así como los ciudadanos estamos atravesados por el orden jurídico desde el nacimiento (somos dados de alta en esta sociedad a través de nuestra inscripción en el Registro Civil), se recibe el alta por segunda vez, superando el estado de ignotos, en otro nacimiento : la ceremonia de aparecer en la pantalla chica, cuyo poder ontologizante otorga -en un medio altamente anómico- un fuerte efecto de pertenencia.
La censura invisible
Pareciera que frente a las “democráticas” cámaras de tevé, todos tuviéramos derecho a “decirlo todo” y toda la verdad pudiera ser allí mostrada, develada.
El periodista Jorge Halperín reconoce que “los medios presionan, amplían la visibilidad de ciertas cosas, pero más allá no pueden ir. Hay otros factores de presión. El periodismo no es un ente aislado que opera solo. Hay un circuito de poder”.
Eso mismo es lo que sostiene el sociólogo Pierre Bourdieu cuando en su libro “Sobre la televisión” se refiere a la “censura invisible” que ejercen la política, la economía, la competencia con los otros programas y los índices de audiencia. Censuras que hacen de la tevé, a través de su eficaz producción de efectos de realidad, un instrumento privilegiado de control simbólico.
“Nuestro actual sistema democrático prevé instancias de control para el Poder Judicial. Pero, a los medios, ¿quién los controla ?, se pregunta el sociólogo Horacio González, quien observa que “queda el interrogante sobre los monopolios comunicacionales y su propia constitución de hecho como un nuevo poder jurídico no controlado por nadie”.
En la revista No hay derecho, Martín Abregú considera la propia justicia mediática como un código propio de procedimeintos, en el cual reglas y delitos son definidos, enjuiciados y sancionados periodísticamente : una reapropiación de la justicia por parte de la sociedad civil, según Abregú, una la justicia mediática para la cual no hay cárcel, reformatorio, multas. Sólo hay un tipo especial de sentencia y de castigo que consiste en definir el acto ilícito.
Pero el discurso acerca de la reapropiación de la justicia por parte de la sociedad civil a través de las prácticas mediático-jurídicas, parece no implicar,de manera mecánica, efectos más justos. Puede significar, por lo contrario, efectos antidemocráticos de apropiación-mantención de determinadas verdades. Cambian los instrumentos formales, en relación a la dominación que emana del Poder Judicial, pero se mantienen los fines y algunas técnicas tomadas, a su vez, de otras formas, como la la presentación de los testigos y la indagación.
“Diga la verdad”
El poder de la indagación mediática se constituye, como dice Milan Kundera recordando el caso Nixon, en “un poder no basado en las armas sino en la nueva fuerza de la pregunta”. En las pantallas vemos aparecer acusaciones sin una base firme, legos dando sentencia, ocupando el lugar de un Estado que ha ido perdiendo visibilidad en los conflictos sociales. La tevé emerge, entonces, como reguladora privilegiada de antagonismos sociales y lugar de proferencia de la verdad (que suele ser puesta en boca de los “expertos”).
El actual ágora electrónica evoca, en los programa-tribunal, aquel mesón común de la democracia griega, alrededor del cual se ubicaban los hombres en posición equidistante a los bienes comunes, colocados éstos en un sitio central. En las Asambleas de aquellas democracias, el centro era el lugar común, lugar sometido a las miradas de todos. La institución del mesón requería que lo allí conversado fuese dado a publicidad.
Las palabras pronunciadas por tevé pretenden ser del mismo tipo : concernientes a intereses comunes.
Las analogías con el mesón son por demás seductoras. Pero el hecho de que la televisión invite a estar informados de todo, a verlo todo con los propios ojos (ser testigos) de manera inmediata, y a compartir un lenguaje que se quiere “universal”, su sola presencia no implica directamente que el televidente tenga voz y voto a la hora de decidir sobre los intereses que le incumben como ciudadano. Tecnopolítica en la cual los ciudadanos, como notaba ya en los ’60 Guy Debord en “La sociedad del espectáculo”, son espectadores de un teatro político en que los entrevistadores suelen ser los representantes, intermediarios, traductores entre la clase política y los intereses públicos.
Teatro político
A diferencia del modelo del mesón, los participantes de los programas-tribunal no suelen gozar de equidistancia con respecto al centro (conductor). A través de una estudiada escenografía se dramatiza un poder que define las asimetrías y jerarquías. El lugar del centro será ocupado por quien, pese a sus intenciones de ecuanimidad, tendrá la última palabra y dictaminará en consecuencia. Se produce un fenómeno análogo al ritual jurídico. Dice la especialista en derecho Esther Kaufmann con respecto a éste último, que allí “se constituye un ámbito donde se operan mecanismos de resignificación de las identidades sociales y políticas”. Así en el estrado como en la tevé.
¿Qué efectos conlleva este modelo de representación cuasi-teatral que comparten los instituciones representativas modernas y la televisión?
El politólogo Eduardo Rinesi contesta este interrogante evocando a Rousseau, para quien el teatro era “la perfecta metáfora del modelo político de una democracia liberal, representativa, que retacea a sus ciudadanos el derecho a la deliberación y a la participación activa en la gestión de sus asuntos comunes (en la ‘escena’ -como se diría más tarde- de lo ‘público’)”. Opinaba Rousseau acerca del teatro que éste “constituye la forma más perversa, opaca y mediata de relación y de comunicación entre los hombres. Reunidos pero insanablemente solitarios, juntos pero penosamente aislados en la oscura soledad de sus butacas, los espectadores del teatro representacionalista moderno no encuentran entre ellos otro lazo que su común mirada sobre un centro que sólo los hermana en su pareja condición de receptores pasivos”.
La guerra o la paz
Todo diálogo mediático, entonces, por más transparente y universal que se quiera, partirá siempre, irremediablemente, de una asimetría esencial.
Los juegos dialógicos con pretensión democrática que aparecen en los programas-tribunal se apoyan en una metadecisión que ha establecido, a priori, los límites discursivos. Sostiene M. Foucault que “quien dice tribunal, dice que la lucha entre las fuerzas presentes está, de buen grado o por fuerza, suspendida ; que en cualquier caso, la decisión tomada no será el resultado de este combate, sino la intervención de un poder que será, para unos tanto como para los otros, extraño, superior ; que este poder está en posición de neutralidad entre ambas partes y que puede, en consecuencia, que en todo caso debería saber, en la causa, de qué lado está la justicia. El tribunal implica, además, que existen categorías comunes a ambas partes en litigio y que las partes eligen someterse a ellas”.¿Podrá seguir hablándose, pues, de paz discursiva ?
El conductor que, en vez de tomar explícitamente posición y proclamar su subjetividad, se declara neutral, asume el papel de juez que dictamina verdad acerca de los discursos sociales. En este sentido, el programa-tribunal emerge como un mecanismo privilegiado de control público -que ingresa hasta en lo más íntimo de los reductos de lo privado- por su alta eficacia a la hora de producir sentido y construir un orden, a través de una previa selección de las reglas de juego del diálogo, de las problematizaciones e invitados.
Puesta en escena
Los programas-tribunal son sometidos a los límites establecidos por su propia lógica y por los intereses de la producción. La escenografía suele estar compuesta de acuerdo a una meditada construcción de un espacio que, por lo general, tiene reminiscencias de cátedra o de tribunal. El tiempo siempre tiraniza con su demanda de celeridad, fenómeno que ha traído como consecuencia la aparición de lo que Bourdieu ha dado en llamar los “fast-thinkers”, quienes “piensan más rápido que su propia sombra”.
La gente, ubicada en tribunas, expone sus problemas pero difícilmente tenga adjudicado el tiempo necesario para una reflexión después de haber desplegado verbalmente el asunto que les aqueja. En este sentido, adolece de condiciones de posibilidad para una crítica medianamente procesada.
Los discursos de las tribunas suelen ser más emotivos que reflexivos. Emotividad que genera, por cierto, efectos de verosimilitud, pero ésta queda desacreditada, luego, frente al discurso más “desapasionado” y “racional” de los “expertos”.
Una marcación deliberada de las problematizaciones y sus límites, una jerarquización de los saberes expertos por sobre los de la “gente” (los expertos suelen estar ubicados más cerca del conductor que la gente, tienen más tiempo para sus reflexiones, mayores posiblidades de replicar y generalmente, junto al conductor, dan la última palabra), es rematada por una cuidada estrategia discursiva que, a través de dar al otro, al adversario, la palabra, se pretende objetiva, aunque la conclusión esté determinada de antemano.
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