Friday, April 06, 2007

Suplemento Cultura – La Voz del Interior

“POBRE DE MI”

ANTES DEL FIN
Memorias
Sabato, Ernesto
Seix Barral
214 páginas

Por Daniela Spósito

“Me molestan las críticas de los resentidos...”, decía Ernesto Sabato en un reportaje, allá por 1996. Y proseguía : “Yo sólo espero el reconocimiento de la posteridad. Lástima que no me voy a enterar nunca”. La aparición reciente de sus Memorias, le acerca, “Antes del fin”, a ese sitial postrero en el cual, finalmente, será reverenciado tal como él considera que lo merece.
Escrito en clave autobiográfica, este libro
funciona como una máquina inventiva que produce un atormentado e incomprendido personaje llamado Ernesto Sabato. ¿De qué manera fabrica su imagen este exitoso hombre público, convertido -tal como lo demuestran en su ensayo María Pia López y Guillermo Korn (Sabato o la moral de los Argentinos, Bs. As., América Libre, 1997)- en la “conciencia moral de los argentinos”?
“Antes del fin” -que ya se ha transformado en best-seller- permite a este irresistible fenómeno mediático, pasión de multitudes y maestro de vida, continuar con la tarea iniciada en sus escritos y entrevistas: hacer del suyo un rostro heroico, el modelo ético nacional.
Quien ocupa esa función fija -por su mediación- lo que merece ser dicho, pensado y actuado, a través de un discurso que porta una fuerte voluntad de verdad.
“Emblema sintomático de una sociedad” que “en alguna medida optó por el silencio o la delación”, sostiene Eduardo Grüner refiriéndose a Sabato. ¿Qué tipo de sujeto moral delinean las palabras de este personaje, suscitador tanto de odios vehementes como de amores exultantes? ¿Dónde radica la irresistible capacidad de seducción de esta presencia “iluminadora”?
En “Antes del fin” -como en el resto de las producciones sabatianas- hay un claro compromiso ontológico frente a la concepción de sujeto, el cual es interpretado como “persona”, en el sentido cristiano del término (aunque se considera ateo, se permite dudar de su propio ateísmo), lo cual muestra la impronta religiosa del existencialismo sabatiano. La persona es “sagrada” y propensa a la duda, la angustia y la tristeza, aunque posee un resto de esperanzas. La esperanza es, en Sabato, una virtud privada: una mujer que barre la puerta de su casa después de un terremoto basta para recobrar la fe perdida y salvar al ser humano de un destino de desdicha eterna. En su idea de comunidad ideal, los vecinos jamás hablan de política : ellos charlan amablemente sobre el clima y las plantas. Todo lo que suene a sujeto colectivo convoca, para este pensador, reminiscencias totalitarias. De esto se trata su personalismo humanista: uno, el barrio y el universo.
La retórica mística de Sabato supone conceptos metafísicos, entendidos como valores sustantivos. Esta operación, al naturalizar, deshistoriza. La vocación; el llamado; lo absoluto; el alma; el ser humano como integridad; la vuelta a los orígenes y a la tierra; el bien frente a lo demoníaco; la revelación; la salvación, son valores no referidos a la práctica, que aparecen como evidentes por sí mismos y más allá de toda crítica. Conceptos ahistóricos y universales que evidencian la voluntad hegemónica de verdad que porta el texto: violencia legitimada. Estos valores, como todos los fundamentos de las creencias religiosas, no son racionales : tienen que ver con la fe, suponen un ciego acatamiento.
La mirada retrospectiva del ex-físico devenido escritor recuerda la crisis espiritual de los años jóvenes; el alejamiento del mundo científico, del racionalismo y del PC; el anarquismo; el rechazo al dinero... También da cuenta de su paso por el surrealismo, por la revista Sur, su relación con Borges, el encuentro con el Che. Está presente -de manera recurrente-, su antiperonismo. El líder justicialista fue, para Sabato, “un resentido social -hijo natural como era-“, aunque defiende la figura de Eva, la cual es reconstruida como una heroína apolítica; esa mujer es quien preside los hogares pobres junto a la Virgen, santa Evita.
El enamoramiento con su mujer, Matilde, merece un capítulo aparte. Aquella jovencita “me había mirado como si yo -pobre de mí- fuese una especie de divinidad”, relata Sabato, reforzando la imagen de humildad que todo sabio debe poseer.
El escritor realiza una biografía intelectual de sí mismo a través de sus lecturas : Kierkegaard, Jaspers, Pascal, Buber, Unamuno, Nietzsche, Schopenhauer, Emerson, Thoreau, Dostoievski, Cioran, Camus...
A las páginas de “Antes del fin” retornan sus tópicos obsesivos: las críticas al neoliberalismo, al marxismo, al comunismo. Vuelven a aparecer su apuesta a la esperanza privada y a la ecología; la tristeza (palabra que se repite hasta el cansancio); sus premios, reconocimientos y lauros; la muerte de los seres queridos y la propia; la carta a los jóvenes -portadores de la solidaridad y la esperanza-; el irracionalismo y su concomitante crítica apocalíptica a la ciencia; su casa con roturas y paredes descacaradas y la injusticia de los niños de la calle.
Sabato sacraliza la miseria. En ella, dice haber encontrado “la vida esencial”. Asegura en su autobiografía que “donde abunda el peligro, crece lo que salva”. Los pobres son, para él, aquellos “seres que nos revelan lo absoluto”, “Dios se manifiesta en las madres de las villas miseria”, expresa en una romántica apología de la pobreza. Si bien en algunas páginas proclama su lucha contra la falta de justicia social, la pobreza posee -para Sabato- un poder salvífico: hay que aceptar esa condición con “agradecimiento”.
El propulsor de la “Teoría de los dos Demonios” subraya su experiencia en la Conadep. El mismo hombre que participó en la escritura del “Nunca Más” -texto en el que se eluden los nombres de los represores y en el cual se avala la teoría mefistotélica antes citada,- se encarga de repetir que el Golpe del ‘76 se originó por causa del terrorismo (no el de Estado, sino el del “otro demonio”).
El presidente de la Conadep retrata su figura como la de un intelectual aristocrático frente al “típico resentimiento de los mediocres”, categoría en la que incluye a todos sus críticos. La posteridad -como sucede con los héroes y mártires- será la única que le comprenderá. Construcción de sí mismo como héroe portador de valores universales que salvarán al mundo, si el mundo escucha sus prescripciones y obedece.
Una de sus máximas postula: el escritor, en cuanto testigo, deberá prepararse para el “martirologio”. Una y otra vez recuerda a sus lectores que él es un luchador por la justicia social, igual que quienes pelearon en el histórico primero de mayo de Chicago. A la memoria de estos luchadores fue levantada “La Tumba de los Mártires”, rememora. Y ése es precisamente el espacio que este fenómeno masivo está edificándose: un lugar en la tumba de los héroes.
Ante el horror del mundo, ya se sabe, sólo los mártires podrán salvarlo gracias a su mensaje de esperanza, observa a medida que modela su perfil de profeta. “Porque no se puede vivir sin héroes, santos ni mártires”, porque “quedan los pocos que cuentan... son los testigos, los mártires de una época”, aquellos destinados a una “misión superior”, aunque trágica por incomprendida en el presente, se encarga de subrayar este escritor que habla del mundo para terminar hablando siempre de sí mismo.
“Antes del fin”: testamento espiritual de tono profético y grave -cuya profundidad roza, a veces, los límites de lo cómico- que condensa el pensamiento político del habitante ilustre de Santos Lugares.
Hay que reconocer que Sabato olvidó algunos hechos de su vida en estas memorias. Por ejemplo, omite contar que, en la última dictadura, Videla lo “impresionó” por ser un hombre “justo” y “modesto”. Por cierto, el suyo es un anarquismo humanista muy particular. Su permanente ubicuidad le ha permitido apoyar con actitud obediente y elogiosa -según se lee haciendo una genealogía de sus declaraciones periodísticas (ver trabajo de López y Korn)-, la mayoría de los diferentes gobiernos militares y civiles que se han sucedido en la Argentina.
En la presente autobiografía, “la conciencia moral de los argentinos” patentiza su actitud despolitizadora ante lo público y su negativa a pensar en términos de diferencias de clase y de posición, lo cual, junto a una dosis oportunismo, ambigüedad y gestos políticamente correctos, convierten a Ernesto Sabato en un maestro en el arte de la conciliación. El és capaz de estar, a un tiempo, en todas partes: igual que un dios.

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